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jueves, 22 de abril de 2010

Viernes 2 de abril de 2010. Monschau: una ciudad de cuento de hadas



Es Viernes Santo. Tras un sueño reparador me despierto con fuerzas para comenzar un nuevo viaje. Nuestro destino hoy es un pueblecito perdido en el mapa: Monschau. Durante el camino no puedo parar de mirar por la ventanilla del coche, de observar un paisaje nuevo, diferente, marcado aún por dos guerras mundiales. Se pueden ver aún en muchas zonas de Alemania, enormes bolardos de piedra, situados en mitad del campo, que tenían como objetivo impedir el paso de las tropas enemigas.

Me sorprende aún más que este vestigio de la historia el lugar al nos dirigimos: un parque natural situado en la región de Eifel, cruzado por el río Rur. Una vez allí, no podemos acceder al pueblo con el coche, lo tenemos que dejar aparcado en un parking a las afueras. Esto ya nos da una pista del estupendo estado de conservación que debe de tener la pequeña Monschau. Y es que en este lugar se ha parado el tiempo. Absolutamente todos los edificios tienen un estilo entramado típico del Medievo. El pueblo está vigilado desde una alta colina por un castillo del siglo XIII en el que los visitantes se pueden adentrar. Esto es calidad de vida. Las casas se conservan en perfecto estado, y sus habitantes rebosan simpatía. Unos más que otros.

Seguimos paseando por estas calles adoquinadas, escudriñando cada esquina, cada callejón, cada agujero. El pueblo está lleno de secretos. Cuando ya no podemos ‘cotillear’ nada más decidimos poner nuestro granito de arena en la economía de Monschau y vamos decididos a visitar las tiendas, como si de museos se tratase. La Pascua llena los escaparates de huevos y conejos de adorno en toda Alemania, pero aquí van más allá: descubro un escaparate en el que tres conejitos enanos campan a sus anchas entre huevos de corral pintados. Desde luego llaman la atención, pero ni siquiera me he fijado qué venden en esa tienda -y no es una tienda de animales-.

Después de esta visita de cuento de hadas, regresamos a Colonia con la intención de disfrutar de la noche colonesa. Mis compañeros de viaje comienzan a llamar a amigos que han hecho durante su estancia allí. Es imposible. Nos comentan que la noche del Viernes Santo es de reclusión. El luto por la muerte de Cristo se hace más palpable en Alemania, la tradición es estrictamente respetada. Los locales nocturnos no abren, y las tabernas las cierran a las 24:00. Menos mal que la nevera está colmada de cerveza alemana y aún quedan botellas de vino tinto. Al alemán le brillan los ojos de felicidad: otra de “vinos en la noche”.

Alexandra Gail

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