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jueves, 22 de abril de 2010

Lunes 5 de abril de 2010. Printen en el avión

El tiempo apremia. Sólo tengo hasta las 14:00 para conocer la ciudad, después me marcharé al aeropuerto de vuelta a España. Me llevan directamente a conocer la catedral y el ayuntamiento. Ambos huellas de la sombra de Carlomagno: la primera construida por orden suya y el segundo construido más tarde sobre las ruinas de su palacio. Aquí es donde el gran emperador instaló su gobierno, y donde descansa en paz hasta el momento. Por un momento se me pasa por la cabeza comprar un imán para la nevera con su imagen.


Recorriendo las calles de Aquisgrán, me voy encontrando con multitud de figuras de hierro, a cada cual más graciosa: en una esquina te espera una niña con una gran galleta, en otra marionetas que se mueven al antojo del visitante, en otra un grupo de señoras que pasean sin avanzar un palmo. Son vecinos permanentes, conocidos de todos. Dan vida a una ciudad reconstruida, recuperan la alegría que tenían las calles antes de ser invadidas y bombardeadas por el ejército estadounidense en septiembre del 44.

Y entre unas cosas y otras, lo que tampoco nadie puede evitar, ni siquiera yo, es mirar los escaparates, concretamente los escaparates de las pastelerías. Aquí también hay conejos de pascua, pero de printen: las famosas galletas de Aquisgrán. En lugar del imán que tenía en mente, decido comprar galletas con forma de conejo para toda la familia.

Las horas se pasan volando. Cuando me quiero dar cuenta ya tengo que marcharme. Mi compañero me acompaña a la estación, y al llegar me dice que espera que no me encuentre con ninguna sorpresa por el camino. No entiendo nada, pero él me lo explica. Unos días antes tuvieron que suspender el servicio de trenes en la ciudad. Según le informaron con posterioridad, el motivo fue que habían encontrado una bomba de la II Guerra Mundial entre las vías del tren. A mí me parece increíble e imposible, pero me insiste en que esto no es algo tan anormal. Al parecer cada vez que se remueve la tierra por cualquier motivo reaparecen recuerdos de la Historia.

Llego al aeropuerto sin ningún tipo de incidencia y embarco y despego en la hora prevista. Me entra hambre en el avión. Tengo demasiado cerca las printen, no puedo evitarlo. Creo que mi sobrino se ha quedado sin su conejo de galleta. Llego a Madrid, pero no me apetece mirar el reloj para ver qué hora es. Sólo tengo una cosa en mente: próxima parada Berlín.

Alexandra Gail

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