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jueves, 22 de abril de 2010

Sábado 3 de abril de 2010. El príncipe del Carnaval

Me despierto por la mañana y lo primero que hago es ojear un periódico digital español. En portada leo la noticia de que se ha producido un incidente entre las tropas alemanas radicadas al norte de Afganistán y algunos insurgentes afganos. Los soldados alemanes han matado a “cinco afganos por error”. La noticia llega a las portadas de los periódicos impresos alemanes, pero por el momento sólo se han hecho eco de la primera parte de la historia: “Tres soldados alemanes muertos en Afganistán”.

Sé de este titular porque me lo traduce mi compañero alemán mientras desayunamos como sólo se puede hacer en este país: un huevito pasado por agua, una especie rara de queso de untar sobre pan de centeno, todo tipo de embutidos alemanes y por supuesto, leche fresca. Es una estupenda forma de dejar atrás Colonia para continuar el viaje: con el estómago lleno.

La siguiente parada es Münster, la ciudad más importante de Westfalia por ser protagonista de muchos de los grandes momentos de la historia, entre ellos la firma de La Paz de Westfalia en 1648. Gran ejemplo de estilo gótico -reconstruido tras las guerras-, Münster es famosa además por su Universidad y sus grandes juergas universitarias. Allí me esperan una pareja de alemanes de lo más entrañable: ella, Brigitte, se dedica a hacer peluches y él, Helmut, a tallar la madera dándole forma a todo tipo de objetos.

Voy con prisas hacia su casa -donde pasaré la noche de hoy- porque han reservado en un restaurante para cenar a las 19:00. Allí se encuentra esperándonos su hijo, un tipo alto, grande, alemanazo como diríamos en España. Antes de pedir la comida, y como no podía ser de otra forma, nos dedicamos a catar las cervezas del lugar. Tal es mi pasión por esta bebida isotónica que me llegan a decir que bebo como una alemana. No sé si tomármelo como un halago.

Observo el sitio con extrañeza. Me llaman la atención los marcos de las paredes: están llenos de fotos de personas disfrazadas y bajo cada una de ellas hay una medalla. Helmut me explica que son los Príncipes del Carnaval que han sido elegidos por el pueblo cada año. Entre ellos está su primo, y su medalla la hizo él mismo. Su primo, al igual que el resto de príncipes, tuvo la oportunidad de robarle el puesto al alcalde durante tres días, tiempo en el que en la ciudad se hace su realísima voluntad.

Salimos del restaurante pasadas las once de la noche, y lo primero que veo es a un grupo de jóvenes agolpados a la puerta del Ayuntamiento sin parar de reír. Uno de ellos está barriendo la entrada también entre carcajadas. Se trata, según me cuentan, de un ritual muy peculiar para encontrar pareja. Y es que todos los chicos que llegan a los 30 años sin haberse casado tienen que ir a barrer a la puerta del Ayuntamiento hasta que una chica llegue y sin más, le bese. Se convierte automáticamente en su novia. Se acaba el maleficio.

De momento esta ciudad parece cuanto menos divertida, pero la cerveza me ha dado sueño. Cojo la cama con ganas. Mañana visitaré Münster con más detenimiento.

Alexandra Gail

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